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Nº 19: Los deseos y los augurios

Podría empezar esta entrada diciendo que hace mucho tiempo que no me acerco a mi propio blog a juntar unas cuantas letras. Y no por falta de motivos.

Podría contar que desde la última vez que escribí en este blog, hemos cambiado de año visitando de nuevo Sagardikoetxea y reencontrándonos con la «vieja» familia y conociendo la «nueva» familia (la preciosa Andrea), que han pasado toda una ristra de cumpleaños de pequeños, jóvenes y mayores (en especial el de mi hermana Mercedes, que entra en el «quinto piso» al llegar a su 50º aniversario), que hay ganas de hablar de nuevos proyectos, nuevas aventuras y de anunciar cosas grandes.

Podría seguir que mis sobrinos más pequeños cada vez hacen más votos por ser más guapos y más traviesos a la vez (volviendo locos a sus padres), que los mangarranes de jugadores que tengo como equipo de baloncesto este año me van a llevar por la calle de la amargura (y de paso, me van a exigir ser mejor entrenador de lo que soy), que seguimos haciendo planes de viajes para ampliar la colección de momentos que merecen la pena ser vividos y ser recordados…

Pero nada de eso cabe en esta entrada.

El dolor, el sufrimiento, las malas noticias se han amontonado tanto y tan seguido en lo poco que llevamos de año que es muy difícil encontrar arrestos para soltar todos tus males a los cuatro vientos. Ni hay ganas, ni encuentras la forma, a pesar del alivio que supone soltar esa carga. La enfermedad que llega a tu gente más cercana, los infortunios en forma de accidentes y la muerte.

Todo el mundo sabe que tenemos los días contados, pero nadie quiere (o puede) hablar de ello, y mucho menos prepararte para cuando llega muy cerca de ti. En ese momento solo queda acompañar, mitigar y compartir el dolor y la pena con los tuyos de la mejor forma posible, porque no hay alivio ni atajos para librarte de ello. Y soportar el ejercicio de masoquismo que es alargar un hecho tan doloroso con tanatorios, cementerios, funerales y demás actos que no hacen más que revolver en la pena. Sé de la buena y sincera voluntad de toda la gente que quiere acompañar en esos momentos; y a la vez sé lo que provoca cada nuevo saludo, cada nuevo recuerdo y cada nuevo abrazo en esos momentos.

He tenido tiempo de pensar en estos dos meses de locura y de golpes, de visitas a UCIs y a casas vacías, de hospitales, crematorios e iglesias. De mucho llanto. Y sin darme cuenta, he pensado en la noche de año nuevo, en cómo siempre pienso (o al menos pensaba) que el año nuevo siempre nos iba a traer algo mejor, que siempre hay una nueva esperanza cuando se empieza algo nuevo. Sin embargo, el futuro también aguarda con lo peor a la vuelta de la esquina. Los deseos de algo mejor se tropiezan con los augurios de lo indeseable, pero también de lo inevitable.

Tal vez por todo esto escribo esta entrada con la fecha de un 29 de febrero, esperando no volver a escribir nada parecido al menos en cuatro años. Soñar con que no voy a escribir nunca jamás sobre cosas malas es eso, solo un sueño. Pero por favor, que no sea tan duro el despertar.

En memoria de Pedro y de Juan. Descansen en Paz.


#hazteildefonser