Otra vez el fantasma del racismo ha sacudido España a través del futbol y ha revuelto todo hasta tal punto que hemos sido noticia en todo el mundo. No es la primera vez y llueve sobre mojado, por lo que quizá habrá que ir pensando que ese fantasma es mucho más real de lo que nos creemos (o de lo que nos queremos creer). Pero ha sido tanto el ruido y las formas que es importante una mínima reflexión.
Antes de ello, he encontrado dos escritos que me han hecho pensar de diferentes maneras sobre todo lo que ha pasado.
Llevo consumiendo millones de horas de deporte televisado aproximadamente desde 1979-1980, algo que, por otra parte, no me distingue de otros muchos, lógicamente, igualmente enfermos de la cosa. Así que este bagaje nos permite sin ningún género de dudas reconocer a miles de kilómetros de distancia a un deportista fantasma y tóxico de aquel que no lo es. Vinicius lo es. Como lo eran Hugo Sánchez, Buyo, Cristiano Ronaldo, Neymar, Meneghin, Laimbeer u otros muchos. Deportistas fantásticos que a pesar de su calidad tenían un carácter o faltón o engreído o peligroso o todo junto. No hay más vueltas que darle, ni hay que hacer una tesis acerca de Vinicius para darse cuenta de que al margen de su juventud en esa cabeza bullen formas de ser que tendrá él mismo que manejar para no acabar convertido en un estandarte de la bajeza y hasta de la comedia bufa.
Que seas un tremendo jugador de fútbol, que juegues en el equipo favorito de los medios, que metas muchos goles y des muchos pases no te va a librar de que cuando haces el memo lo vea todo el mundo y todo el mundo lo procese en el mismo sentido. Hay que protegerte -a ti y a todos- de las patadas y de los insultos, pero a ver quién nos protege a los demás de tus provocaciones. Porque los espectadores –en el campo y en casa– también somos parte de esto y los que os hacemos millonarios con nuestras entradas, camisetas y contratos con empresas para ver vuestros partidos. Tenéis también una responsabilidad con la gente que está en la grada y en casa, así que menos lanzar teorías conspiratorias y más asumir que uno no puede ir por la vida a 200 pulsaciones cada segundo encarándose con árbitros y rivales en casi cada jugada. Ni racismo ni gaitas. En el Madrid hay 8 negros. Ha habido unos 200 –por poner– desde hace años. Solo tiene problemas él. Es todo muy evidente y, ya digo, no merece más seso. Que espabile, que ya es hora.
Jorge Nagore
Diario de Noticias (10/05/2023)
Sé que no se puede convertir en una verdad objetiva la experiencia vital de un individuo, pero la mía me sirve para introducir el tema: Nunca he conocido a una persona española blanca que me haya reconocido haber caído en algún tipo de actitud racista. Nunca. Esto sólo podría llevarnos a dos posibles conclusiones, o bien en España nadie es racista, o… nadie está dispuesto reconocerlo. La primera opción es tentadora, lo sé, pero vamos a suponer que es la segunda.
Si preguntas a un español blanco si el racismo existe, normalmente te dirá que sí, el enredo aparece cuando le pides que lo reconozca en alguna acción concreta porque inexplicablemente es muy capaz de verlo de lejos pero no tanto de hacerlo cuando está cerca. En el imaginario colectivo se tiende a creer que racismo es meter a personas negras desnudas en barcos, vendarlas como esclavos y azotarlas inmisericordemente con látigos; todo lo que salga de ese marco bien puede tener otra explicación y está más que dispuesto a correr a buscarla. “No es racismo, es ignorancia”. "No es racismo, es miedo a lo desconocido”. “No es racismo, es que va provocando”. Gritarle “negro” a una persona negra no es una ofensa, es describirle tal y como es. Que tenga el triple de posibilidades de ser parado por la policía para ser identificado será un incordio, pero no es racista.
Como persona afrodescendiente he de decir que llevo una vida sintiendo que bastante tengo con que se me permita residir aquí como para encima quejarme (por mucho que sea algo que me afecte personalmente) eso mina más de lo que se pueda imaginar, pero me atrevo a decir que es incluso peor escuchar y leer a gente blanca determinando qué es y qué no es racismo con independencia de lo que la personas racializadas de este país tengamos que decir al respecto. El desprecio es tal que no se nos escucha ni siquiera en este tipo de situaciones. Por lo visto lo que tengamos que decir sobre este tema no es relevante.
El español blanco (la española blanca también, aquí no hay distinción y eso es especialmente decepcionante en el caso de las feministas blancas y su irreprochable discurso sobre igualdad del que se nos excluye) decide qué es ofensivo y qué no lo es, qué nos debe doler y qué no; la cantidad de resignación, de comprensión o incluso de sentido del humor que debemos tener. Podría remontarme a 1992 y el asesinato de Lucrecia Pérez y enumerar el listado inacabable de agresiones, insultos, burlas y comentarios que la población no blanca de este país ha sufrido desde entonces en la calle, sí, en los estadios, por supuesto, pero también en anuncios de televisión, canciones o boletines informativos. Podría, pero por cada uno de ellos alguien encontraría una excusa alternativa que sirviera para mantener la conciencia perfectamente limpia. En España no hay racismo, hay quejicas que lo ven donde no existe. Lo que ocurre con los jornaleros en Huelva y otras zonas, lo que pasa en la frontera sur, o el drama de las pateras es mucho más importante que los insultos a Vinícius, mucho más. Pero escuchar semana tras semana a millares de personas gritarle a un deportista con odio que no es una persona, sino un mono pensé que serviría para despertar alguna conciencia… iluso. No es racismo, es un grupo muy reducido de personas que no encuentra otra manera de mostrar su perfectamente justificable antipatía ante un chaval impertinente que se atreve a bailar después de meter un gol. Y como no es racismo, no hay motivo para hacer nada, sólo esperar a que el Real Madrid vuelva a jugar fuera de casa e inventar alguna nueva excusa si a la de siempre se le empiezan a ver las costuras.
¿Qué es racismo? ¿Y tú me lo preguntas…?
El Chojin
(www.elchojin.net)
¿Somos un país de racistas? El primer impulso natural que nos sale es decir claramente que no, que somos «buena gente», que somos un país de acogida, que tenemos unos altos valores de convivencia y de ciudadanía, pero… Es ese «pero» el que nos mata, porque en ese «pero» se esconde todo el abanico de desprecios, malos gestos, bromas sin gracia, cuando no es algo más duro y más violento. A lo mejor es que no nos reconocemos en ello, que solemos pensar que son problemas de otra gente, de otros países en donde sí que hay odio y racismo, bien por su pasado, bien por sus políticos y su política (que poco a poco la vamos importando). Pero nosotros, no. Aquí, to’ er’ mundo es bueno.
Otra cosa es, como casi siempre, el fútbol. El lugar de la exageración, de la exacerbación, el altavoz de todo lo malo y el último reducto de un evento público de masas en donde todavía se pueden encontrar comportamientos despreciables sin que te salga muy caro, a veces incluso gratis. Qué razón tenía mi colega Koldotxo cuando decía una de sus grandes frases: la violencia solo conduce al fútbol. Una lacra. Es en ese contexto en el que se produce todo esto. Ni siquiera voy a plantear la discusión si ha sido un episodio racista o no (lo ha sido), ni voy a deslizar la idea de que el comportamiento acelerado del jugador ha sido el detonante de todo esto (es como volver a justificar una violación porque llevaba minifalda). Lo que sí me parece llamativo es cómo se retuercen y se utilizan estos hechos. Ha habido una columna de opinión en un conocidísimo diario deportivo (Marca) en la que se decía que no es suficiente con no ser racistas, sino que hay que ser antirracistas. Grandísima frase que es absolutamente verdad, salvo que lo dice un periódico que cuando hubo episodios racistas con otros jugadores de otros equipos a los que no anima no fue tan radical y tajante en sus afirmaciones. Para ser honestos, toda la prensa deportiva fue la que miró a otro lado cuando hubo cánticos y gritos de monos en los estadios de fútbol, tachándolos solo como una minoría y poca cosa sin importancia. La utilización del racismo pasa también por la arrogancia de levantar una bandera para afirmar que el racismo empieza y acaba en mí, «porque si no estás de acuerdo con lo que yo digo, tú también eres racista». Este es quizás la mayor utilización y tergiversación que estamos viviendo, y no solo en el tema del racismo, sino en muchos otros temas sociales (feminismo, igualdad, integración, etc.) Ya no hay debates, apenas hay puntos medios, posibilidad de hablar. Si no estás de acuerdo total y absolutamente con lo que digo, eres un machista, racista, homófobo, retrógrado, ultra, etc. Nos quedamos sin puentes entre nosotros mismos, solo hay abismos por uno y otro lado del camino.
#hazteildefonser