Primer día de trabajo, de entrenamientos, de cafetería, de todo sin mascarilla en interiores. Y para mi sorpresa, no he extrañado ni echado de menos nada. Ni siquiera he tenido algún gesto automático de echarme la mano a la cara para ponerme la mascarilla al entrar en el trabajo o en la cafetería. Serán las ganas que tenía de quitármela.
Lo que sí me ha sorprendido ha sido la cantidad de compañeros que han mantenido la mascarilla en la oficina, pese a que no ha habido ninguna instrucción en ese sentido de parte de la dirección de la empresa. No sé si será un acto reflejo, un temor u otra cosa. Supongo que en muchos casos a mucha gente le rondará por la cabeza eso de que igual nos estamos precipitando y vamos demasiado rápido. Todo se verá.
Adiós, mascarilla, adiós… pero no del todo. De hecho, la sigo llevando en el bolsillo y hoy mismo la he tenido que utilizar, ya que he tenido que entrar en la farmacia. Estas se consideran instalaciones sanitarias, por lo que la obligación de la mascarilla se mantiene.
Salvo el requisito de la farmacia, he entrado ya sin mascarilla al trabajo, al polideportivo y sobre todo a la cafetería; aunque la tarde no apetecía nada para salir por el frío, había que pedir el primer café en la barra sin mascarilla. Y aquí sí que me ha chocado el ver las caras de las camareras de forma completa por primera vez en mucho tiempo. Cosas curiosas.
También ha habido visita a Ansoáin, ya que los viajeros de Jaén ya están de vuelta y con regalos en forma de magdalenas y hornazos, el bollo típico con un huevo cocido dentro de él. La sorpresa que me he llevado es encontrarme a Arane dormida en casa de mi madre, porque el pequeño Julen ha tenido que pasar por Urgencias. Un pequeño susto, pero todo bien. Cuando sea mayor y le cuenten lo que paso estos días, se va a quedar con cara de decir ¿pero qué me estás contando?
Tutto andrà bene!!
#hazteildefonser